jueves, 7 de octubre de 2010

Soy una princesa

Soy una princesa. La princesa de las tierras blancas. Mi piel es blanca, mis vestiduras son blancas y todos mis súbditos van vestidos de blanco. Los únicos que van de colores son mi familia, que visitan mi alcoba todos los días.

Cada mañana el hombre más mayor de mis súbditos viene a verme. Como es el mayor yo lo he llamado “El Blanco”. Me pregunta como estoy, que siento, que tal he dormido y después mira atentamente el tubito que va desde una bolsa que cuelga al lado de mi cama, hasta mi brazo. También mira otros aparatos que me rodean.


Cuando “El Blanco” se va otro de mis seguidores entra en mi dormitorio. El juega conmigo, porque después de todo soy una niña más de este mundo, que si no juega se aburre. No lo pasamos muy bien y me hace reír. Cuando estamos terminando nuestros juegos llega la cocinera, que me trae unos deliciosos manjares. Bueno de deliciosos tienen poco, pero no me queda otra que comérmelos. Al terminar mi comida, la cocinera se lleva mi bandeja y también se lleva a mi acompañante.

Después de la siesta vienen mis padres y están toda la tarde conmigo. Siempre les digo que me saquen de mi dormitorio y que me lleven con ellos, pero ellos siempre me responden que me podrán llevar de allí cuando “El Blanco” lo diga. Tengo ganas de salir de mi castillo y ver el cielo azul. Desde mi ventana se ve grande y bonito, unos días más claro y otros más oscuro.


Al final llega la noche. A mi no me gusta, es fría y oscura. Me da miedo. Al caer la noche, la cocinera vuelve y me trae la cena. Después, siguiendo el mismo patrón de todas las noches, la cocinera cierra los postigos de la ventana, pone una pequeña luz en un extremo de la habitación y cuando termino de cenar, se vuelve a llevar mi bandeja.


Al terminar mi cena, me dejan levantarme para que me lave los dientes. El cuarto de baño esta muy cerca de la puerta de mi habitación y algunos días sin que me vean me asomo. Al sacar mi cabeza, solo veo un largo pasillo, también blanco, que tiene un montón de puertas como la mía. Yo me pregunto quién vivirá hay. Cuando termino mi misión secreta, vuelvo a la cama y me duermo. Caigo en un profundo sueño que me absorbe hasta la mañana siguiente.


Pero esta mañana cuando me e levantado, todo era diferente. No estaba en mi habitación de todos los días, estaba en una nube grande, blanca y esponjosa. Tenía un vestido blanco más bonito que el que suelo tener.

Frente a una puerta enorme se encontraba mi abuela con una dulce sonrisa dibujada en la cara. Abrió sus brazos y yo instintivamente corrí hacía ella. El abrazo fue largo e intenso. Por fin me sentía en casa, por fin no estaba tumbada en una cama, por fin podía correr. Por fin podía ver el cielo, de hecho vivía en el cielo.

Vanessa Lovely