viernes, 2 de diciembre de 2011

Déjame admirarte mientras te deseo.


Sentir un corazón palpitar rápidamente y saber que ese palpitar te pertenece. El roce de sus labios hace que se libere por tu cuerpo una sensación que relaja cada uno de tus músculos haciendo que te eleves sobre el mundo, haciendo que toques las estrellas. Su olor, una especie de droga sin la cual no puedes vivir, de la que no puedes escapar y que te envuelve en el momento más inesperado. Esa luz que hace que brillen sus ojos de una manera sobrenatural y pensar que dos pequeñas estrellas están ahí secuestradas sin poder ser libres como tu cuando estas cerca de ellas. No eres libre de tus pensamientos por que todo esto siempre está presente en tu mente.

Los olores, los colores, los sabores… todo te evoca a ese mundo de dos. Un mundo perfecto y sin aparente solución que se guía solo por el corazón. Dan igual las palabras, solo valen los hechos y los sentimientos. No tiene salida, no tiene fin, solo son caminos que llevan al infinito. Te aviso, no te dejes guiar por el conejo blanco, no seas Alicia. Te recomiendo, vive en este mundo hasta que llegues al ártico.

Vanessa

martes, 23 de agosto de 2011

Un sentimiento que se ha agotado


-Siente un cosquilleo en el estomago. Unas manos que le cojen de la cintura. Una pequeña brisa que acaricia su cuello haciendo que su cuerpo entero se estremezca. La carne de gallina, las manos resbaladizas y una constante voz en su cabeza que le dice que no lo esta haciendo bien.

Los ojos cerrados y una cara que no demuestra otra cosa que angustia y desesperación. Por mucho que ella intenta resistirse cae una y otra vez en la tentación.
¿Cómo puede decirle al hombre que le ha dado todo su amor que ya no siente lo mismo que hace años? ¿Cómo explicarle que ya no le quiere volver a ver, que se ha convertido en un extraño para ella? No puede, no quiere hacerle daño. Y por no lastimar un corazón se deja querer como la primera vez, sin admitir, que en realidad algo del amor descontrolado que sintió por él queda en su corazón. Algo de aquel sentimiento irrefrenable queda entre las numerosas capas de un corazón cansado y que ha empezado a marchitarse.
Él ha notado la frialdad de sus gestos, de sus miradas, de sus besos. En su cabeza, otra voz le dice que la esta perdiendo y que debe de hacer algo para que la pasión vuelva a surgir entre los dos. Debe de hacer algo para que aparezca en su boca esa sonrisa insinuante que tanto le gustaba, que aparezaca en sus ojos ese brillo que la hacía especial. ¿Cómo demostrarle que el amor que le prometió años atrás no ha hecho otra cosa que crecer? ¿Cómo decirle que todos los momentos pasados junto a ella se han quedado gravados en su piel de tal manera que se han hecho unas marcar imborrables? Él desesperado, también hace hasta lo imposible porque ella vuelva a sentir lo mismo que antes. Pero eso, como él ya sabe, es inalcanzable. Algo que solo podrá ocurrir en sus sueños.

Ella se vuelve lentamente, abre los ojos y con lágrimas en ellos le dice que lo siente, que no puede seguir así. "No quiero hacerte daño, pero tampoco puedo seguir fingiendo" dice con la voz entrecortada y alejandose poco a poco. El apresurado le coge delicadamente de las muñecas y le ruega que no se vaya, que le de una última oportunidad para enseñarle todo lo que siente y sentirá por ella. "Quedate, aunque sea solo esta noche y dejame que te muestre mi amor" insiste el una y otra vez. "No puedo, no puedo" y diciendo eso, ella se libra de sus muñecas y sale corriendo hacia donde nadie sabe dejando tras su sombra a un hombre derrotado. Un hombre al que solo le queda un pequeño bote de perfume para recordar a la que fue la mujer de su vida.

Vanessa

martes, 29 de marzo de 2011

CAPITULO 2: MI MALA SUERTE Y YO, YO Y MI MALA SUERTE

Poco a poco fui abriendo los ojos y la luz me cegó. ¿Por qué había tanta luz en mi habitación? ¿Cómo había llegado hasta mi cama? No recordaba nada.

Hacía un momento estaba en la fiesta de Claudia y ahora… ¡¿ahora estaba en un hospital?! No podía ser, era imposible que mi mala suerte me hiciera pasar esa mala jugada. Abrí los labios y de mi boca salió un fuerte grito capaz de romper los tímpanos de cualquier ser humano.

Ainara y Miriam estaban allí y en menos de un segundo las tenía a mí alrededor preguntándome que me pasaba. No podía hablar, solo llorar. Ellas estaban asustadas pero no podía darles una explicación. Por una parte porque no me salía nada de la boca que no fueran gritos y por otra por que mi rabieta de niña pequeña no tenía sentido.

Una mujer hecha y derecha apunto de trabajar en una revista de moda, no podía llorar porque había perdido de vista unos ojos. Unos ojos profundos y maravillosos en los que te podías perder.

-¿Qué le pasa?-gritaba Ainara.

-¡No lo se!-contestaba Miriam.

-Vanessa, o nos dices que te pasa y dejas de llorar, o yo te voy hacer que llores por algo-dijo Ainara levantando la mano.

Cuando Ainara se ponía así lo mejor que podías hacer era hacerle caso y rápidamente. En cuanto escuche lo que me dijo, para de llorar en seco.

-Vale, vale. Ya he parado no hace falta pegar a nadie, ¿verdad?

-Ahora, ¿nos puedes explicar que te pasaba?-susurró Miriam con una voz que se le semejaba a las de las madres cuando sus hijos lloran porque se han caído.

No me quedó otra que contarles mi rabieta. En cuanto terminé se echaron a reír delante de mis narices. La verdad es que no me parecía nada justo que se rieran de mí de esa manera. Después de la tanda de chistes a mi costa, me tocaba a mí hacer las preguntas. No tenía ni idea de lo que me había pasado.

-Bueno, ahora me toca a mí hacer las preguntas, ¿cómo he llegado hasta aquí? ¿qué me pasó cuando me caí?

- Cuando te tropezaste te diste en la cabeza con una mesita baja que tenías a tu lado. Al revotar caíste en los brazo del hombre al que pertenecen esos ojos con los que tanto sueñas- terminando de decir eso Ainara empezó a reírse de nuevo.

- Para ya de reírte de mi, ¿no?

- Es que no podemos- dijo Miriam que se unió a Ainara sin parar de reír.

- Sois patéticas.

- Dice la que se tropieza en la mejor fiesta del año.

La verdad es que ellas llevaban la razón yo era la patética. Solo yo puedo caerme en la mejor fiesta del mundo. Lo peor es que ni siquiera había bebido. Era patética. No hay otra palabra que me defina mejor.

Me ayudaron a vestirme y fuimos a buscar al médico. Yo me encontraba bien y además me gustaba más estar en mi casa que en un hospital donde solo olía a desinfectante. Al final me salí con la mía, en menos de una hora ya estaba en mi casa acostada en mi cama y con el pijama puesto.

Ese día fue horroroso. En mi piso no dejaba de salir y entrar gente. Todos preguntando y haciendo ruido, cosa que ayudaba mucho a que mi dolor de cabeza fuera en aumento por momentos. Yo quería que todos se fueran y me dejaran descansar para poder hablar con Claudia tranquila. Quería saber como había terminado la fiesta después de mi patético accidente.

En cuanto se fueron lo primero que hice fue coger el teléfono y marcar el número de la casa de Claudia. Un pitido, dos, tres, cuatro, cinco, buzón de voz. Eso era muy raro, nadie contestaba. Marqué otra vez. Un pitido, dos, tres, cuatro, la voz de un hombre. Todavía más raro, Claudia no tenía no novio. Miró el numero marcado por si me había equivocado. No, era el número correcto.

-¿Diga?, ¿hola?

-Ho-hola, ¿esta Claudia?

-Si, un momento- creo que intentó tapar el auricular del teléfono pero no le sirvió de mucho, su voz diciendo, cariño es para ti, se escuchó perfectamente. No se lo quise decir a Claudia, pero también se escuchó el morreo que se dieron antes de pasarse el teléfono.

-Hola, Claudia al aparato, jajajajaja.

-¿Dónde esta Claudia y quién eres tu? Devuélveme a mi amiga o en un abrir y cerrar de ojos estoy allí para echarte de su casa.

-Tranquilízate, ¿es que una no puede estar contenta?- definitivamente esa no parecía mi amiga.

-Contenta si, tener novio sin antes contárselo a una de tus mejores amigas no. Eres una cerda, yo en el hospital sufriendo y tú pasándotelo bien con el hombre misterioso.

-¿Perdona? ¿Quién te dijo que te calleras y te rompieras la cabeza? Tía, que mala suerte tienes, la fiesta de ayer ha sido una de las mejores que recuerdo en muchísimo tiempo.

-Encima tienes la cara dura de restregármelo, esto es increíble…

-Cariño, no te enfades, la verdad es que he estado muy preocupada por ti.

-Eso a quien se lo dices, ¿a mi o al hombre con la voz seductora?-dije riendo.

-¡Oye! Te estas pasando- se estaba picando, conocía a Claudia y se que no le gustan mucho las bromas pero es que me lo había puesto muy fácil.

-Vale, ya paro. Tengo una idea, mañana podemos quedar todas juntas para ir a comer y ya nos cuentas tu pequeño gran secreto, ¿vale?

-Me parece bien, mañana nos vemos donde siempre a la misma hora, yo aviso a las demás, adiós preciosa mía.

-Adiós…- la llamada telefónica había terminado antes de que yo me pudiera despedir. ¿Quién sería ese hombre? Hacía días que llevaba un tanto rarita, pero de eso a que tuviera novio y no nos lo hubiera contado, era aun más extraño. Mañana nos tenía que dar una explicación, como que me llamo Vanessa.

Vanessa

martes, 1 de febrero de 2011

CAPÍTULO 1: Pequeña historia de grandes amigas

Después de haber explicado los defectos y las cualidades de cada una de nosotras, me encamino hacia el pasado, justo a la noche en la que Claudia celebraba su tradicional fiesta de la moda en su ático de lujo. Cuando llegamos a su casa nos sentó en su salón y empezó a hablarnos muy seriamente:

-Todo esta preparado y la fiesta es dentro de una hora y media, pero os he citado aquí antes porque quería deciros una cosa, bueno mejor dicho, un consejo. Ainara, en la fiesta va a ver muchos directores de empresas dispuestos a fusionarse. María, habrá modelos guapísimos a los que les gustaría que una diseñadora tan guapa como tu les vistiera. Miriam, van a venir amigos míos que buscan mujeres originales. Y tú, Vanessa, solo te digo que los directores de las revistas de moda más importantes del mundo van a venir a la fiesta.

Cuando terminó de hablar todas nos quedamos en silencio y nos miramos unas a otras. De repente todas estallamos entre carcajadas y nos reímos de lo seria y enigmática que se había puesto Claudia. Estaba histérica. Se le notaba en la cantidad de estupideces que decía. No paraba de moverse para arriba y para abajo por todo el ático revisando la cocina, los trajes de los camareros, nuestros propios vestidos. Estaba tan nerviosa que no dejaba que María le terminara de arreglar su vestido.

Parecía un fantasma, el vestido que le había hecho María era una tela de un azul impresionante que colgaba de uno de sus hombros pero para terminarlo había que poner un precioso broche color plata con pequeños diamantes que recogía todo la tela y le daba la forma deseada. La tela de este se le pegaba al cuerpo estilizando su figura. En definitiva estaba preciosa. Los vestidos que llevábamos nosotras también eran diseños de María, pero no tan atrevidos como el de la modelo.

El de Miriam era rojo. Tenía toda la espalda al aire y únicamente se le sujetaba con una pequeña tira que le pasaba detrás de la cabeza. El de Ainara era de color azul turquesa. Estaba sujeto por dos tirantes anchos que se unían con el escote tentando a todo al que mirase. Bajo el pecho el vestido tenía un broche que realzaba su figura y en el lado derecho el vestido tenía una larga raja que iba provocando. El de María era espectacular. Tenía un color morado precioso. Era de palabra de honor y debajo del pecho llevaba un precioso fajín de seda de color morado oscuro. La caída que tenía el vestido era tan bonita y delicada que cuando María andaba parecía que en realidad estaba flotando.

¿Os preguntáis por el mío? Pues la verdad es que no era nada del otro mundo. De color rojo, con tirantes anchos y un escote cuadrado. Desde el pecho hasta los tobillos la caída era clásica, pero muy bonita. María se había superado con mi vestido, sabía perfectamente como me gustaba.

De pronto sonó el timbre. La hora de la fiesta había llegado y los invitados ya estaban apoderándose del ático. En menos de que canta un gallo toda la vivienda se había llenado de gente con ganas de bailar y pasarlo bien. Estaba dando una vuelta por la casa buscando a mis amigas cuando me tropecé y caí en brazos de alguien que no conocía de nada. Pero cuando levanté la cabeza y lo miré a los ojos, el tiempo se paró y en ese momento me pareció que a mi salvador lo conocía de toda la vida. O por lo menos haría lo que fuera por conocerlo. Bastó una mirada para que me cautivase de esa manera.

Vanessa Lovely