Soy
irremediablemente tonta, suelo tropezar más de dos veces con la misma piedra,
soy tremendamente cariñosa pero sólo con quien yo quiero y sí, soy demasiada
enamoradiza pero nada más que cuando me dan motivos para serlo. Puedo
arrepentirme de mil cosas que he hecho o de mil oportunidades que he dejado
pasar.
Estoy
cansada de los tíos de película, de los besos bajo la lluvia, de los príncipes
azules y de los finales felices. He llegado a un punto en el que se me repiten
las frases que se han hecho típicas como “tú y yo, a tres metros sobre el
cielo”, pero me encanta que me despierte con un “Buenos días princesa” al más
puro estilo de la Vida es bella.
Soy capaz de
guardar un simple envoltorio de chicle y pincharlo en mi tablón solamente por
que me recuerde un momento tonto que para mi será inolvidable. Reconozco que
muchas de las cosas en las que estoy metida no las dejo por el simple hecho de
que después voy a echar muchísimo de menos a esa gente. Me suelo agobiar con la
cosa más tonta que me pase y enfadar por una niñería. Puedo aparentar que soy
fuerte, pero sólo es eso, apariencia.
Odio que en
mitad de una conversación se me estropee el whatsapp, que cuando estoy hablando
me paren y empiecen a contar sus problemas, ¿podrías dejar que termine yo de
contar los míos? Gracias. Me encanta que me susurren al oído y que me cojan por
la cintura dulcemente. No soporto las despedidas y aunque soy muy sensible raro
es que llore con una película. No me gusta el cine de terror, de hecho, soy
tremendamente infantil para esas cosas.
Admito que
cuando me aburro demasiado me pongo películas Disney y canciones de estas
películas, al final siempre acaban sacándome una sonrisa. Es cierto que soy una
adicta al móvil y que mi BlackBerry se ha convertido en una prolongación de mis
manos. Me considero una auténtica butaquera de pies a cabeza.
Y podría
seguir dando detalles sobre mí pero lo cierto es que estoy demasiado cansada.
Podría dar más pero estos ya me hacen única.