martes, 26 de febrero de 2013

30.

Y dejo respirar mi alma una vez más. Dejo escapar todo junto a las saladas lágrimas que mojan mi rostro, que empapan mi cuello y que nublan la visión. Noches oscuras y a solas. Noches frías desprovistas de todo cariño. Noches a ciegas en las que das bandazos hacia todos lados. 
Cansada de todo, cansada de mi, de situaciones repetitivas y de ser fuerte. Cansada de ser yo en busca de alguien que me saque una sonrisa. Pero esa sonrisa nunca llega, esa esperanza nunca se pierde. 
Carcajada nerviosa que inunda mis pulmones, que estalla en mi garganta y que rebosa en mis oídos. 
Tiemblo de frío, tiemblo por algo que no está aquí, por el miedo a la soledad. 
Muerdo mis labios en ansias de morder los suyos, memorizo mis lunares en busca de los que decoran su cuerpo. Abro mis brazos y siento el helado viento correr por mi espalda desnuda. Extiendo la mano y siento tu calor ahí, cuando realmente está en mi imaginación. 
Retorcida mente la mía que me hace soñarte aquí a mi lado. Inútil deseo no satisfecho.
Cansada de príncipes que prometen ser azules cuando no llegan ni a un mísero sapo. Cansada de los tópicos. Cansada de los típicos. 
Sólo pido un final distinto al de siempre y que tanto se repite. No creo estar pidiéndote la luna, no creo que te esté pidiendo algún imposible. Te pido un abrazo con mezcla de cariño y un dejarse llevar por un camino poco conocido. Una aventura íntima y privada. Una excursión al mundo de Alicia guiados por la reina de los corazones. 

sábado, 23 de febrero de 2013

3.Día 32 del mes de Mayo del año 1950


-Sólo puedo correr; correr en una oscuridad extraña, fría y poderosa que me envuelve y me nubla. No sé dónde estoy, ni hacia dónde voy, sólo sé que me persiguen y que debo correr. Que tengo que escapar de algo que quiere matarme. Algo o alguien. Llego al final de un largo callejón, ya no hay salida. Mi final me espera. Prefiero cerrad los ojos, siempre le he tenido miedo a la muerte. Noto algo frío en mi mejilla, algo puntiagudo que intenta traspasar mi piel. Se me nubla la mente, el dolor me invade.

Y de repente, vuelvo a estar en mi despacho. Una noche más que me quedo dormido sobre la mesa. Otra vez el sueño que lleva meses rondando mi subconsciente. Si supiera lo que significa me ahorraría muchos quebraderos de cabeza. Pero esta vez había algo diferente, ese objeto punzante es nuevo en mi visión. Me toco la cara, me acaricio la parte que el objeto rozó y cuando bajo la mano siento algo duro en el sobre de la carta, no había percatado en ese detalle. Vuelvo el sobre y en mi mano aparece una llave. Una llave fría y puntiaguda que tiene un número escrito, 325. ¿Qué abre esta llave? ¿Qué esconde?
Dos pistas: Londres y una llave.
Necesito dar con Alice, es mejor que no deshaga la maleta (si es que tiene alguna) ya que la va a necesitar muy pronto.

Mi viejo sombrero medio puesto, la gastada gabardina sobre los hombros y un maletín lleno de papeles inconexos junto a una llave que no tengo la valentía de llevar en la mano. Creo que es la primera vez que dejo el despacho tan desordenado, pero la ocasión lo merece. Y cuál es mi sorpresa que nada más salir, junto las escaleras asoman unas piernas largas y delgadas. Alice.

-Alice, ¿qué haces aquí? ¿Por qué no estás en tu hotel? Muchacha, levanta de ahí. Te has tenido que quedar helada aquí afuera –dije tendiéndole la mano.
-Oh, señor es que… yo tenía… algo me decía que me tenía que quedar cerca suya –su mano estaba helada como un témpano al igual que sus ojos azules que mostraban un claro brillo de ausencia.
-Venga, arriba. Tengo la primera pista sobre tu madre y no podemos hacerla esperar, ¿verdad? Vamos, tenemos un largo camino por delante, todavía tenemos que llegar hasta la ciudad de la niebla.
Esos ojos se le iluminaron, esa sonrisa se le ensanchó. El brillo volvió.
-¿A dónde señor? Nunca había oído ese nombre…
-Ja ja ja, ¡ponemos rumbo a Londres!
Tras muchas horas de viaje desde el aeropuerto de Jacksonville hasta el de Londres, después de muchas cabezadas y turbulencias mareantes estábamos llegando a nuestro destino, y justo cuando estaba cayendo en mi última visita a los familiares brazos de Morfeo, Alice me da un codazo.

-Aquella azafata de allí no le ha quitado el ojo en todo el viaje, señor Steel. Y no me diga que no se ha dado cuenta, porque creo que se ha paseado tanto por nuestro pasillo que ha memorizado todos y cada uno de los agujeros de esta moqueta. –esta chica se tenía que estar quedando conmigo. ¡No puede ser que me haya despertado para decirme eso!
-¡Calla Alice!, qué te va a escuchar. Además eso no es así, si lo fuera me hubiera dado cuenta.
-Su edad le está haciendo estragos, pero aún así sigue siendo un galán, oh… al gran detective señor Steel, ¿se le están subiendo los colores? –dijo, cada vez en un tono más elevado.
La pequeña tenía ganas de reírse y se las estaba desquitando conmigo.
-¡He dicho que te calles Alice!, ni colores ni nada. Duérmete que mañana tendremos que andar mucho.
Lo siguiente que sentí fue la cabeza de Alice en mi hombro. Una sensación de sorpresa y orgullo me llenó. La sonrisa fue instantánea. En mi estaba empezando a surgir un sentimiento de afecto y cariño. Esta chica, con sus grandes ojos y su carácter infantil se estaba haciendo un hueco en mi desgastado corazón.

Una vez en tierra y las maletas con nosotros lo primero que hice era guardar la llave en el bolsillo de mi camisa. Casi se me abre el maletín al salir del avión y no podía permitirme perder esa llave. Era la única conexión que tenía con Alexandra.
Un amigo, que tiempo atrás había emigrado a Londres para hacer fortuna, nos esperaba en el centro de la ciudad para recogernos y llevarnos hasta su casa. Me había hecho el favor de acogernos en su casa, después de muchos ruegos y de un prometido alquiler muy bajo.

Estaba esperando a que Alice saliera del baño para irnos, cuando vi a dos hombres vestidos de negro y con un semblante muy oscuro que se acercaban a mi de una manera un tanto misteriosa. Sus caras blancas contrastaban con la oscuridad de sus trajes. Uno de ellos tenía una fea cicatriz que le cruzaba la cara y que intentaba ocultar entre el sombrero y las gafas de sol. El otro, simplemente parecía un mueble de lo grande que era. No me fiaba de aquellos caballeros y mucho menos de la parte del aeropuerto en la que estábamos. Parecía que aquellos tipos habían provocado la huída de todas las personas con su paso. Me estaban poniendo muy nervioso. Los tenía ya encima y Alice todavía no había salido.
-¿Señor Steel? – vale, necesitaba que Alice saliera ya, esto no me estaba dando una buena sensación.
-El mismo que viste y calza.
-Creo que tiene algo que nos interesa.-esto se ponía feo, muy feo.
-Señores creo que se han equivocado de persona. Estarán buscando a otro Steel porque yo todavía no me he convertido en negociante ni vendedor ambulante –dije con la mejor sonrisa forzosa que me salió.
-Los papeles de ese maletín, entréguenoslos – la poca expresión que podía ver entre las gafas y el sombrero de ala no era de muchos amigos y la forma en la que cruzaban los brazos tampoco es que me relajara demasiado.
-Les vuelvo a repetir que no tengo nada que ofrecerles –ah, por fin salía Alice- ahora si me disculpan, mi hija y yo tenemos que coger un taxi que nos llevará directo a nuestras vacaciones.

Cogí la mano de la chica y cuando pasamos entre ellos, el hombre de la cicatriz empujó a Alice separándola de mí y agarrándola con fuerza mientras el otro marcaba mi cara con  un puñetazo, que mandó por toda mi mandíbula una quemazón y un cosquilleo que seguro derivarían en un morado negro con matices verdes. El impacto me pilló por sorpresa, el maletín resbaló por el suelo y yo como pude me levanté. Cogí carrerilla y me abalancé hacia su estómago, el intentar pegarle en la cara sería una tontería aparte de que gastaría energía. Era demasiado alto como para poder tumbarlo con un puñetazo en el ojo. Me conformaría con el estómago y las piernas si eso nos permitía salir corriendo. 
Conseguí darle en el estómago justo en el momento en el que él volvía a levantar su brazo en dirección a mi cara. Cayó por el dolor y una vez en el suelo lancé una patada directa a su pecho para dejarlo sin aliento el tiempo necesario para rescatar a Alice. Al darme la vuelta Alice estaba luchando sin apenas resultados contra el hombre de la cicatriz. Corrí en su ayuda y empujé a su oponente haciéndolo caer. La cabeza de éste dio justo con el borde de una columna y quedó también tirado en el suelo.
Le tendí mi mano a Alice pero antes de que yo me diera cuenta la chica se había arrastrado a por el maletín y ya estaba de pie tirando de mi. Estaba asustada y quería alejarse de allí lo antes posible. Quería llegar a un lugar seguro tanto como yo.