Y dejo respirar mi alma una vez más. Dejo escapar todo junto a las saladas lágrimas que mojan mi rostro, que empapan mi cuello y que nublan la visión. Noches oscuras y a solas. Noches frías desprovistas de todo cariño. Noches a ciegas en las que das bandazos hacia todos lados.
Cansada de todo, cansada de mi, de situaciones repetitivas y de ser fuerte. Cansada de ser yo en busca de alguien que me saque una sonrisa. Pero esa sonrisa nunca llega, esa esperanza nunca se pierde.
Carcajada nerviosa que inunda mis pulmones, que estalla en mi garganta y que rebosa en mis oídos.
Tiemblo de frío, tiemblo por algo que no está aquí, por el miedo a la soledad.
Muerdo mis labios en ansias de morder los suyos, memorizo mis lunares en busca de los que decoran su cuerpo. Abro mis brazos y siento el helado viento correr por mi espalda desnuda. Extiendo la mano y siento tu calor ahí, cuando realmente está en mi imaginación.
Retorcida mente la mía que me hace soñarte aquí a mi lado. Inútil deseo no satisfecho.
Cansada de príncipes que prometen ser azules cuando no llegan ni a un mísero sapo. Cansada de los tópicos. Cansada de los típicos.
Sólo pido un final distinto al de siempre y que tanto se repite. No creo estar pidiéndote la luna, no creo que te esté pidiendo algún imposible. Te pido un abrazo con mezcla de cariño y un dejarse llevar por un camino poco conocido. Una aventura íntima y privada. Una excursión al mundo de Alicia guiados por la reina de los corazones.
martes, 26 de febrero de 2013
sábado, 23 de febrero de 2013
3.Día 32 del mes de Mayo del año 1950
-Sólo puedo correr; correr en una oscuridad extraña, fría y poderosa que
me envuelve y me nubla. No sé dónde estoy, ni hacia dónde voy, sólo sé que me
persiguen y que debo correr. Que tengo que escapar de algo que quiere matarme.
Algo o alguien. Llego al final de un largo callejón, ya no hay salida. Mi final
me espera. Prefiero cerrad los ojos, siempre le he tenido miedo a la muerte. Noto
algo frío en mi mejilla, algo puntiagudo que intenta traspasar mi piel. Se me
nubla la mente, el dolor me invade.
Y de repente, vuelvo a
estar en mi despacho. Una noche más que me quedo dormido sobre la mesa. Otra
vez el sueño que lleva meses rondando mi subconsciente. Si supiera lo que
significa me ahorraría muchos quebraderos de cabeza. Pero esta vez había algo
diferente, ese objeto punzante es nuevo en mi visión. Me toco la cara, me
acaricio la parte que el objeto rozó y cuando bajo la mano siento algo duro en
el sobre de la carta, no había percatado en ese detalle. Vuelvo el sobre y en
mi mano aparece una llave. Una llave fría y puntiaguda que tiene un número
escrito, 325. ¿Qué abre esta llave? ¿Qué esconde?
Dos pistas: Londres y una
llave.
Necesito dar con Alice,
es mejor que no deshaga la maleta (si es que tiene alguna) ya que la va a
necesitar muy pronto.
Mi viejo sombrero medio
puesto, la gastada gabardina sobre los hombros y un maletín lleno de papeles
inconexos junto a una llave que no tengo la valentía de llevar en la mano. Creo
que es la primera vez que dejo el despacho tan desordenado, pero la ocasión lo
merece. Y cuál es mi sorpresa que nada más salir, junto las escaleras asoman
unas piernas largas y delgadas. Alice.
-Alice, ¿qué haces aquí?
¿Por qué no estás en tu hotel? Muchacha, levanta de ahí. Te has tenido que
quedar helada aquí afuera –dije tendiéndole la mano.
-Oh, señor es que… yo
tenía… algo me decía que me tenía que quedar cerca suya –su mano estaba helada
como un témpano al igual que sus ojos azules que mostraban un claro brillo de
ausencia.
-Venga, arriba. Tengo la
primera pista sobre tu madre y no podemos hacerla esperar, ¿verdad? Vamos,
tenemos un largo camino por delante, todavía tenemos que llegar hasta la ciudad
de la niebla.
Esos ojos se le
iluminaron, esa sonrisa se le ensanchó. El brillo volvió.
-¿A dónde señor? Nunca
había oído ese nombre…
-Ja ja ja, ¡ponemos rumbo
a Londres!
Tras muchas horas de
viaje desde el aeropuerto de Jacksonville hasta el de Londres, después de
muchas cabezadas y turbulencias mareantes estábamos llegando a nuestro destino,
y justo cuando estaba cayendo en mi última visita a los familiares brazos de
Morfeo, Alice me da un codazo.
-Aquella azafata de allí
no le ha quitado el ojo en todo el viaje, señor Steel. Y no me diga que no se
ha dado cuenta, porque creo que se ha paseado tanto por nuestro pasillo que ha
memorizado todos y cada uno de los agujeros de esta moqueta. –esta chica se
tenía que estar quedando conmigo. ¡No puede ser que me haya despertado para
decirme eso!
-¡Calla Alice!, qué te va
a escuchar. Además eso no es así, si lo fuera me hubiera dado cuenta.
-Su edad le está haciendo
estragos, pero aún así sigue siendo un galán, oh… al gran detective señor
Steel, ¿se le están subiendo los colores? –dijo, cada vez en un tono más
elevado.
La pequeña tenía ganas de
reírse y se las estaba desquitando conmigo.
-¡He dicho que te calles
Alice!, ni colores ni nada. Duérmete que mañana tendremos que andar mucho.
Lo siguiente que sentí
fue la cabeza de Alice en mi hombro. Una sensación de sorpresa y orgullo me
llenó. La sonrisa fue instantánea. En mi estaba empezando a surgir un
sentimiento de afecto y cariño. Esta chica, con sus grandes ojos y su carácter
infantil se estaba haciendo un hueco en mi desgastado corazón.
Una vez en tierra y las
maletas con nosotros lo primero que hice era guardar la llave en el bolsillo de
mi camisa. Casi se me abre el maletín al salir del avión y no podía permitirme
perder esa llave. Era la única conexión que tenía con Alexandra.
Un amigo, que tiempo
atrás había emigrado a Londres para hacer fortuna, nos esperaba en el centro de
la ciudad para recogernos y llevarnos hasta su casa. Me había hecho el favor de
acogernos en su casa, después de muchos ruegos y de un prometido alquiler muy
bajo.
Estaba esperando a que
Alice saliera del baño para irnos, cuando vi a dos hombres vestidos de negro y
con un semblante muy oscuro que se acercaban a mi de una manera un tanto
misteriosa. Sus caras blancas contrastaban con la oscuridad de sus trajes. Uno
de ellos tenía una fea cicatriz que le cruzaba la cara y que intentaba ocultar
entre el sombrero y las gafas de sol. El otro, simplemente parecía un mueble de
lo grande que era. No me fiaba de aquellos caballeros y mucho menos de la parte
del aeropuerto en la que estábamos. Parecía que aquellos tipos habían provocado
la huída de todas las personas con su paso. Me estaban poniendo muy nervioso.
Los tenía ya encima y Alice todavía no había salido.
-¿Señor Steel? – vale,
necesitaba que Alice saliera ya, esto no me estaba dando una buena sensación.
-El mismo que viste y
calza.
-Creo que tiene algo que
nos interesa.-esto se ponía feo, muy feo.
-Señores creo que se han
equivocado de persona. Estarán buscando a otro Steel porque yo todavía no me he
convertido en negociante ni vendedor ambulante –dije con la mejor sonrisa
forzosa que me salió.
-Los papeles de ese
maletín, entréguenoslos – la poca expresión que podía ver entre las gafas y el
sombrero de ala no era de muchos amigos y la forma en la que cruzaban los
brazos tampoco es que me relajara demasiado.
-Les vuelvo a repetir que
no tengo nada que ofrecerles –ah, por fin salía Alice- ahora si me disculpan,
mi hija y yo tenemos que coger un taxi que nos llevará directo a nuestras
vacaciones.
Cogí la mano de la chica
y cuando pasamos entre ellos, el hombre de la cicatriz empujó a Alice
separándola de mí y agarrándola con fuerza mientras el otro marcaba mi cara
con un puñetazo, que mandó por toda mi
mandíbula una quemazón y un cosquilleo que seguro derivarían en un morado negro
con matices verdes. El impacto me pilló por sorpresa, el maletín resbaló por el
suelo y yo como pude me levanté. Cogí carrerilla y me abalancé hacia su
estómago, el intentar pegarle en la cara sería una tontería aparte de que
gastaría energía. Era demasiado alto como para poder tumbarlo con un puñetazo
en el ojo. Me conformaría con el estómago y las piernas si eso nos permitía
salir corriendo.
Conseguí darle en el
estómago justo en el momento en el que él volvía a levantar su brazo en
dirección a mi cara. Cayó por el dolor y una vez en el suelo lancé una patada
directa a su pecho para dejarlo sin aliento el tiempo necesario para rescatar a
Alice. Al darme la vuelta Alice estaba luchando sin apenas resultados contra el
hombre de la cicatriz. Corrí en su ayuda y empujé a su oponente haciéndolo
caer. La cabeza de éste dio justo con el borde de una columna y quedó también
tirado en el suelo.
Le tendí mi mano a Alice
pero antes de que yo me diera cuenta la chica se había arrastrado a por el
maletín y ya estaba de pie tirando de mi. Estaba asustada y quería alejarse de
allí lo antes posible. Quería llegar a un lugar seguro tanto como yo.
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