domingo, 11 de agosto de 2013

Las huellas de la viuda.

Y el segundero se quedó ahí, estancado en el reloj mientras que yo miraba como te ponías la ropa. En eso habíamos quedado. Después de tanto dicho y tantos tangos bailados sólo éramos capaces de buscarnos cuando nuestros cuerpos añoraban el calor humano y el roce de las sábanas.
Tu inútil manía de querer taparte, de que yo no te mirara después de haber gritado y arañado mi colchón. la privacidad es un lujo que nosotros perdimos en el momento en el que nuestros sentimientos pasaron a ser sólo carne y placer. Hacia mucho que la condición de ser humano la habíamos dejado atrás para saciar lo que era una sed inagotable.
Buscábamos sexo sin amor, sin complicaciones, sin un 'te quiero' en el oído, sin promesas que nunca cumpliríamos. Pero nos encontramos con algo mucho más frío que eso, algo vacío que sólo dejaba un par de marcas en el cuello y un poco de carmín en mi almohada.
Tú siempre vestida de negro, con tu rejilla para tapar la mirada. Yo deseando arrancar ese estúpido velo para no sólo saciar tu deseo, sino tu alma.
Miedo a querernos y que quedáramos unidos. Miedo a amanecer uno junto al otro y compartir un café o una tostada. Es mucho más arriesgado tener en cuenta los sentimientos que las necesidades del cuerpo.
Pero sigues encerrada en ese mundo de luto. Sin querer salir. Sin poder salir.
Tonto de mi que sigue esperando que el segundero de una vuelta entera y tú sigas aquí, para bebernos tu botella de vodka. Sin embargo, sólo me dejas el recuerdo de cómo te gusta que te acaricie los muslos y te muerda la espalda.
No te despides y ya te has vestido.
Sigo tumbado, entre sábanas y lo que parece el rastro de tu perfume, esperando algo que sé que nunca va a llegar. Y ahí me quedé, sin decir nada. No fui capaz de gritarte un 'quédate', el taconeo de tus zapatos por mi parqué calló mi voz y enmudeció mis ojos.
Una vez más me dejabas sólo y con el sabor amargo del amor entre mis labios. Todavía escuchaba tu caminar y yo ya estaba contando los minutos para que volvieras. Me había enamorado de una mujer fría sin sentimientos aparentes que me estaba deshaciendo por dentro. Lo único que era capaz de llenarme era la vibración de mi móvil al captar tu llamada entrante y la holgura de tu cabello cuando te quitabas aquel maldito sombrero.