sábado, 7 de diciembre de 2013

Serio complejo de Bridget Jones

Cada seis meses me envío bombones, de los más caros, y cuando llegan a casa los recibo con sorpresa, romanticismo y una pizca de picardía. La escena tiene que salir bien, el cartero se lo tiene que tragar y la vecina del C, la que está al final del pasillo, tiene que ponerse verde de la envidia mientras mira por la mirilla para después salir corriendo e intentar mirar por mi buzón, en busca de un nombre que mate su curiosidad y que pueda encajar en cualquier chisme de rellano; hace mucho que no lleva noticias frescas a la reunión de amas de casa/amargadas que se creen estar en el momento álgido de Sálvame Deluxe.
La verdad es que siempre he querido ser la comidilla de las marujas en las reuniones de la comunidad, y hacerlas apartarse de mi camino mientras mis Louis Vuitton marcan el desgastado cemento del sótano en el que nos reunimos; no sé por qué todavía no les he dado que hablar. Así, por lo menos, mi índice de popularidad entre los vecinos subiría como la espuma de la cerveza en la que estoy ahogando mi soledad y mojando mis carísimos bombones.
Al principio era más exquisita: ramo de flores con vodka. O whisky. Dependiendo del mes, o del día. La ginebra sólo la sacaba si las flores llegaban a partir de las ocho de la tarde. Después me di cuenta de que las flores no me llenaban, no todas sabían bien con la ensalada y al final las terminaba tirando por la ventana, con la esperanza de que cayeran encima de algún hombre calvo o una mujer recién peinada. El show era épico, si tenía suerte.
Diferente regalo, mismo final.
Llorar sola. Y tumbarme en el suelo mientras las cuatro paredes de mi salón se empeñan en moverse y dar tumbos. La cosa se pone fea cuando no sólo las paredes se mueven, sino también el suelo y yo no sé llegar hasta mi cuarto. Termino durmiendo en el suelo del pasillo y soñando que las calorías que acabo de ingerir se han volatilizado.
"Mañana empiezo con el gimnasio" y al despertar, termino con los bombones que me quedan. O en su defecto, hago una infusión de los pétalos sobrantes, que siempre intenta ahogarme.