Si despierto abrazada a la almohada será porque el
hueco de mis codos pide humildemente la vuelta de tus costillas. En otras
palabras, te echo de menos. Te enredas en mis sueños y te conviertes en
pesadilla.
Deja de atormentarme con tu recuerdo y vuelve a tu
origen, que soy yo. Vuelve a mí, que yo ya prometí una vez que nunca te
olvidaría y, mírame, aquí estoy cumpliendo una vez más una promesa rota o
deshilachada, convertida en cicatriz de mi pecho y calma para mis ojos.
Enzárzate en una lucha sin guerreros por adueñarte
del cielo de mi boca y de la llanura de mi ombligo. Mientras, yo saltaré por
las raíces de tu cuello hasta llegar al límite con tu nuca, para quedarme a
vivir allí y habitarte. Poseerte. Desenredarte. Descontarte todas y cada una de
tus pecas luminosas que nada tienen que envidiarle a las estrellas.
No sé. No te vayas. Creo que te quiero.