jueves, 24 de julio de 2014

Pena de muerte, condenada a ti.

Ten cuidado al sacar el cuchillo, vaya a ser que me desangre. Que te culpes por mi muerte o que te acuse de que duele.
No te preocupes si lloro. En realidad he sido yo la que ha decidido que lo haga.
Que amargue.
Que escueza.
Es normal que tiemble, ya no sé cómo calmar las palabras de mi garganta. Ya no sé cómo hacer para que no arañen.
Pero no te culpo, porque dicen que "el asesino siempre vuelve al lugar del crimen"  y me siento orgullosa de ser lugar y de llamarme crimen. De ser silueta y tú cuchillo.
Prefiero pensarlo así:
                                no hay mejor lugar para morir que sus brazos.
                                no hay mejor pozo en el que ahogarse que sus ojos.

Olvidarme, oliendo a algodón de azúcar salpimentado con ácido.
Descansar, sobre sus rodillas, mientras termina de arrancar mis labios.

Morderme lo que queda de ellos con la esperanza de que así pasen los días más rápido. Clavarme las ganas para parar el tiempo sobre tu cuerpo.
Ser avión para aterrizar en tu espalda, accidentarme en tu nuca para coger el salvavidas de tu boca.
Morirme de ti
                     y por ti.

domingo, 20 de julio de 2014

Y cuando no me lees me asaltan dudas como esta.

Me asalta la sed a la hora de beberme tus suspiros.

Me duelen los brazos si te vas sin despedirte.

Me araño los dientes si decides no esperarme.

No puedo ser yo sin ti, sin tu mirada clavada en mis labios. Sin tu lengua mojando algo más que mis palabras.

Con tu sabor a tabaco, que me parece poco; que me deja tiritando, con las ganas de más a flor de piel. Con los ojos hinchados por el placer y la mandíbula en tensión esperando el momento adecuado para morder.

Desayunarte, almorzarte, cenarte o picotearte entre horas, para saciar mi apetito de ti.

En fin, creo que te invito a comer. Prometo ofrecerme como postre.

Canibalismo sin escrúpulos. Sin miramientos.

Lunares en desabastecimiento, todos en tu estómago y en las comisuras de mis labios.

El humo se enreda en mis costillas y tu copa de cava no es más que una distracción para tus papilas gustativas. Exijo tu atención en mí, que me he convertido en postre. Soy un tributo voluntario que se encamina, con pies de plomo, a una muerte segura; ahogándome en el mar de tus ojos, hincando mis uñas en tus pupilas en busca de oxígeno. Trepando por las lianas de tu pelo, jugando al escondite con la Luna y el Sol, que te quieren quitar el protagonismo. La verdad es que estoy cansada de repetirles que nunca conseguirán brillar tanto como tu piel.

¿Para qué quiero un Desayuno con diamantes pudiendo desayunar entre tus pestañas? Pudiendo desayunar a tu lado.

Y no conseguir librarnos de las sábanas que nos aprisionan entre cosquillas, besos y caricias.

“Me vas a matar, hija de puta”,  fue lo único que conseguí vocalizar antes de que clavaras en mi espalda otro puñal, cerca de la última herida que todavía no había conseguido que dejara de sangrar.
Y eso era lo único que podía ver, días rojos como los de Holly Golightly. Un gato sin nombre o una vida sin ganas, que vienen a ser lo mismo.

Pero claro, luego llegas y me miras. Y a mí se me olvida hasta que me tiemblan las rodillas. Que arrugas la nariz cada vez que te ríes y que el lunar que hay sobre tu labio me lo he comido ya tantas veces que no entiendo cómo no se ha desgastado.  

Y por más que me esfuerzo y me excuso estoy hecho para doler, y no puedo frenar la vorágine que me contamina. Luchar para nada porque cuando me doy la vuelta te veo tumbada, desgarrada, y sé que soy yo y mi forma de “querer” que tan sana no será cuando más que bien, hago mal.

Perdóname. Puede que esté pidiendo demasiado pero sé, que si no lo haces, yo ya no puedo vivir.